El 28 de enero nos sorprendió tristemente la noticia del fallecimiento de Louk Hulsman. Según nos relata su esposa, sucedió inesperadamente en su amplia casa de Dordrecht, donde hace años había planeado erigir un centro abolicionista para invitar a meditar a sus amigos y seguidores. Hasta último momento mantuvo una incesante actividad académica, que implicaba un continuo desplazamiento geográfico.
Había nacido el 8 de marzo de 1923 y su existencia fue realmente intensa. En plena Segunda Guerra Mundial, logró saltar y escapar corriendo del tren en que lo conducían prisionero a un campo de concentración en Alemania y plegarse a la Resistencia holandesa a la ocupación nazista. Terminada la guerra se graduó y emprendió la actividad universitaria, en la que alcanzó la cátedra en Rotterdam, que ejerció hasta su emeritación.
Veinte días antes de su desaparición Hulsman había sido nominado para el Premio Nóbel de la Paz, en razón de su condición de promotor de las primeras iniciativas de política de drogas en Holanda -asesorando al Ministerio de Salud, bienestar y deportes-, que en perspectiva temporal se reveló mucho más eficaz y menos conflictiva que la orientación dominante en el planeta, consagrada en tratados internacionales que prácticamente se impusieron a todos nuestros países, cuyas consecuencias violentas y corruptoras –al par de su ineficacia- son seria y crecientemente preocupantes. Basta pensar las consecuencias de la política imperante en México y Colombia, para justificar la nominación de Louk al Nóbel y la noble intencionalidad de los promotores de su candidatura, en un desesperado intento por llamar la atención acerca de otra posible dirección en la materia.
La obra escrita del catedrático emérito de Rótterdam se halla desperdigada en artículos publicados en holandés, inglés, francés, alemán, portugués, italiano y castellano, que sería muy interesante recopilar. El elenco completo de éstos hasta hace seis años, puede verse en el Bulletin de la Société Internationale de Défence Sociale pour une Politique Criminelle Humaniste, Mélanges en l’honneur de Louk Hulsman, 2003, págs. 274-278. Lola Aniyar de Castro encabeza el artículo con que contribuye a ese libro, señalando que se caracterizaba por la unidad de pensamiento, vida y acción, lo que en definitiva constituye la definición de todo maestro.
El trabajo más difundido de Hulsman –y en el que expone de modo más orgánico su pensamiento- es el volumen que publicara con Jacqueline Bernat de Celis : Peines perdues. Le système pénal en question, Le Centurión, París, 1982. Allí se enlazan sus ideas acerca de la distancia entre el delito en el imaginario colectivo y en la realidad de la justicia penal, con la negación de cualquier ontologismo del delito. Lo único que para Hulsman existe en el mundo son situaciones problemáticas, que se definen como delitos a modo de construcción de la realidad social.
En cuanto a este poder de definición, llamaba la atención acerca de la analogía entre el poder centralizado de la Iglesia Católica y el del sistema penal. Es históricamente incuestionable que el poder punitivo renació en los siglos XII y XIII con el inquisitorio, cuyos rasgos perduran hasta el presente y pendularmente se acentúan y se atenúan.
Mucho se ha especulado sobre las influencias teóricas que nutren sus planteos abolicionistas. Se lo ha comparado con Dorado Montero, se ha afirmado que es el resultado de la recepción de la criminología crítica y hasta se lo ha presentado como su propuesta más radicalizada, se pensó en su vinculación con algunas corrientes anarquistas y se lo señaló en forma nebulosa como pensamiento de izquierda.
Si bien es cierto que las teorías no surgen de la nada, sino que siempre pensamos sobre los hombros de otros, tampoco nada autoriza a una interpretación reduccionista del pensamiento hulsmaniano como producto de alguna teoría anterior o contemporánea, aunque por efecto de la premisa que acabamos de señalar puedan hallarse trazos de algunas de ellas en sus obras.
La identificación con Dorado Montero sólo es posible en cuanto a su negación de la onticidad social del delito, pero en ningún momento sostuvo la necesidad de un derecho público a una injerencia educadora sobre el protagonista de la situación problemática, como lo postulaba el generoso castellano o luego Filippo Grammatica. Sin duda que conocía la vertiente de la criminología crítica y radical, pero no postulaba ningún cambio social radical, aunque como telón de fondo pudiera entreverse cierto pensamiento verde y pacifista. No pretendía la desaparición del estado y tampoco negaba la necesidad de la función policial de seguridad, por lo que no es correcto señalarlo como tributario del anarquismo.
En cuanto a la adjetivación de izquierdista, el término resulta demasiado vago en el presente. Si por tal se entiende un pensamiento progresista y democrático, que postulaba una ampliación constante de la base ciudadana y el respeto a la igualdad y a la dignidad de la persona en todos sus aspectos, la caracterización es válida. Pero si con ello se quiere significar que el abolicionismo de Hulsman se vincula a ideas socialistas y anarquistas, no es correcto, y menos lo es si se pretende que todo el abolicionismo responde a esas orientaciones políticas. Cabe recordar que el antecedente más cercano de este movimiento en el siglo XIX no pertenece a esta vertiente, aunque nos consta personalmente que Hulsman no lo había tomado en cuenta: se trata del libro del periodista Émile de Girardin, Du droit de punir, publicado en París en 1871, cuyo autor estaba espantado ante los hechos de la Comuna de París.
La verdad es que Hulsman nunca se ocupó de aceptar, refutar o discutir esas interpretaciones. Al igual que los artistas que crean y dejan que los críticos interpreten, permaneció casi inmutable frente a estas identificaciones y, por cierto, su pensamiento luce y brilla con originalidad propia. En definitiva, prefería siempre apelar al sentido común y exhortar a la racionalidad de su interlocutor, sin invocar ninguna teorización, lo que lo hacía muy poco aficionada a las citas de autoridad. Como máximo puede señalarse una influencia de la sociología fenomenológica, en especial en cuanto a la construcción de la realidad por la comunicación masiva.
El peso de sus planteos racionales se hizo sentir sobre muchos de nosotros. Es incuestionable que en el penalismo y en la criminología de América Latina fue impactante la presencia no sólo intelectual sino también humana de Alessandro Baratta y de Louk Hulsman. En lo personal debo agradecer a la lectura de estos autores y fundamentalmente de Criminologia critica e critica del diritto penale y de Peines perdues. Le système pénal en question, como también a las conversaciones con ellos, que me llevasen a replantear los fundamentos mismos del derecho penal y a intentar -desde En busca de las penas perdidas (1989)- su reconstrucción renunciando a cualquier legitimación del poder punitivo, como forma de revincular la criminología con el derecho penal, lo que a la vuelta de los años verifico que no es más que el intento de bajar el derecho penal de una pretendida lógica normativa pura –que en el fondo no existe- y reinsertarlo en el mundo real (que es el único que existe).
Los latinoamericanos debemos agradecerle a ambos maestros su preocupación por nuestra región y que la frecuentaran con real interés y afecto.
Pese a su emeritación, Hulsman nunca abandonó la verdadera actividad docente, sino que la amplió al mundo, por el que se desplazaba sin cesar pregonando su teoría. Su vocación de maestro le llevaba hasta países muy lejanos, donde siempre estimulaba a discípulos y seguidores, aguijoneando a quienes quedaban desconcertados frente a sus respuestas siempre desconcertantes, pero racionales y pacifistas.
Recuerdo a Louk – con su atuendo informal- como una figura infaltable en todos los eventos importantes e incluso en los no tan importantes. Creo haberlo encontrado en París, El Cairo, Roma, Medellín, Bogotá, Quito, Siracusa, México, Budapest, Toledo, Rio de Janeiro, San Pablo y, por supuesto, en Buenos Aires. Quizá olvide algún encuentro, pues fueron muchos a lo largo de los casi veinticinco años de trato frecuente. Por su parte, me relataba sus viajes a Indonesia, Nueva Zelanda, Australia y el Tibet, entre otros.
No faltaba a las reuniones de las cuatro grandes Asociaciones Internacionales, pronunciaba conferencias, participaba en congresos y simposios, organizaba y promovía los seminarios internacionales de abolicionismo y en todos lados enseñaba con su ejemplo de vitalidad y optimismo, incluso en cuantas ocasiones sociales se le presentaban. Se complacía en compartir y conversar, lo que era resultado natural y espontáneo de su carácter afable, de su trato llano y simple y de su peculiar facilidad comunicativa.
La prédica de su abolicionismo era constante y su firme convicción lo llevaba rechazar airadamente las críticas que, ante la carencia de respuestas, creían poder descalificarlo mediante la imputación de utopía.
Casi todos los años pasaba cerca de un mes en la Argentina, rodeado de estudiantes y profesores, conviviendo con nosotros, interesándose por nuestras vidas y estableciendo rápidos vínculos de empatía. Aunque no dominaba el castellano, lograba comunicarse con todos, se extasiaba recorriendo el barrio al punto que siempre preguntan por él los comerciantes, los familiares y amigos que nunca se ocuparon de cuestiones penales ni criminológicas, los trabajadores que lo atendían, los choferes que lo llevaban. Les hablaba en holandés a los perros y a los gatos porque sostenía que lo comprendían mejor y, por cierto que lograba una relación interesante con ellos.
Apasionado de la jardinería, cuidaba con esmero su espléndido jardín en Dordrecht, pero también lo hacía en cuanto espacio verde encontraba en nuestras casas mientras se hospedaba. Nos dejaba bulbos y semillas traídos de contrabando, que hoy nos lo recuerdan cada vez que florecen las plantas que de ellos crecieron.
Sus deudos lo despiden con una misiva en que lo califican como gardener of the World till the last moment open and connected always working towards more humanity. En verdad, así lo recordaremos: infatigable jardinero de ideas y perplejidades, derrochando vitalidad y curiosidad.
Nos faltará su calma racionalidad de respuesta y su risa franca, tanto como su sonrisa –a la vez irónica y piadosa- ante los disparates. Nos deja un enorme vacío, producto inevitable de la formidable lección de vida que dejan los maestros.
E. Raúl ZaffaroniDepartamento de Derecho Penal y Criminología Facultad de Derecho Universidad de Buenos Aires