martes, 3 de febrero de 2009

Louk Hulsman y la política criminal tolerante


Por Gabriel Ignacio Anitua.


La muerte del profesor Louk Hulsman (1923-2009) nos sorprende pues parecía dificil que alguien que disfrutaba tanto de la vida, y de los pormenores y anécdotas que creaba día a día, pudiese algún dejar de estar entre nosotros.

Aun cuando dichas circunstancias vitales, fenomenológicas, de su existencia sean su mayor y más querido legado, no está de más, hacer alguna revisión de la importantísima impronta que ha dejado en el pensamiento criminológico y político.

Me referiré en esta ocasión a la política criminal tolerante que puede aún hoy ser la principal herencia del abolicionismo de Louk, y que comienza a expandirse de Holanda hacia el mundo a principios de la década de 1970. Sin lugar a dudas confluyen en esta política criminal, y en la misma formación de Louk –a más de las características personales de bonhomía y cofianza en los seres humanos- el desarrollo filosófico de la fenomenología y el existencialismo, aún los de procedencia cristiana, así como la irrupción del interaccionismo simbólico en la sociología anglosajona. Más allá de ello, en Ho­lan­da la re­fle­xión crí­ti­ca ya ha­bía co­men­za­do des­de an­ti­guo, con las fi­gu­ras des­ta­ca­das de la pen­sa­do­ra li­ber­ta­ria Cla­ra Mei­jer Wichmann (1885-1922) y del criminólogo Wi­lliam Bonger, (1876-1940). Este autor, aún dentro del paradigma positivista, y desde pre­su­pues­tos mar­xis­tas, in­sis­ti­ría en la de­fen­sa de los va­lo­res li­be­ra­les de res­pe­to a los se­res hu­ma­nos. En ese sen­ti­do, in­vir­tió bue­na par­te de su tiem­po en la cá­te­dra de cri­mi­no­lo­gía de Ams­ter­dam, des­de 1922 a 1940, a com­ba­tir el as­cen­so del na­zis­mo, al­go po­co co­mún en sus co­le­gas cri­mi­nó­lo­gos y pe­na­lis­tas –de he­cho, su re­cha­zo a asis­tir al Con­gre­so de De­re­cho Pe­nal de Ber­lín en 1936 no fue se­gui­do por mu­chos de los otros–. Finalmente se sui­ci­dó al ser in­va­di­da Ho­lan­da por los na­zis, po­co des­pués de pu­bli­car un li­bro ti­tu­la­do Ra­za y de­li­to que de­mos­tra­ba la im­por­tan­cia de la po­bre­za y de la pri­va­ción eco­nó­mi­ca en el de­li­to, de­sa­cre­di­tan­do de­fi­ni­ti­va­men­te las teo­rías he­re­di­ta­rias y ra­cis­tas. Ése era el ob­je­ti­vo del li­bro, y el que lo ocu­pa­ría en la úl­ti­ma eta­pa de su vi­da. Tam­bién ha­bía rea­li­za­do ese ob­je­ti­vo en el ar­tí­cu­lo “So­bre las men­ti­ras del an­ti­se­mi­tis­mo”, de 1935, y en to­do su com­pro­mi­so po­lí­ti­co con­tra la dic­ta­du­ra na­zi y su be­li­cis­mo des­de que Hitler lle­ga­ra al po­der.

El compromiso de muchos holandeses contra el totalitarismo nazi tambièn involucró a nuestro homenajeado y ello seguramente acentúa la importancia de realizar una política criminal tolerante, lo que, en el ámbito de las ciencias penales holandesas, con­ti­nuó tras la gue­rra y la ex­pul­sión de los na­zis con la lla­ma­da Es­cue­la de Utrecht. Allí se destacaron autores como Pompe, Kempe, Nagel, Baan, Hudig, Van Ratingen, quienes tuvieron algún contacto con el Ins­ti­tu­to de Cri­mi­no­lo­gía fun­da­do en esa ciu­dad en 1934. Allí, y desde una real transdisciplinaridad se rea­li­zó un hu­ma­nis­mo con ma­yor car­ga de pro­fun­di­dad pues lle­va­ba a las úl­ti­mas con­se­cuen­cias las ideas de in­te­gra­ción y equi­dad. Cri­ti­ca­ban tan­to la se­lec­ción de los po­bres he­cha por el sis­te­ma pe­nal, co­mo de­nun­cia­ban los de­li­tos de los po­de­ro­sos; por lo tan­to re­mar­ca­ban las for­mas en que la pro­pia cri­mi­na­li­za­ción ahon­da las di­fe­ren­cias y ge­ne­ra más de­li­tos. Tra­ba­ja­ban allí en for­ma con­jun­ta pro­fe­sio­na­les for­ma­dos en de­re­cho, so­cio­lo­gía, psi­quia­tría, psi­co­lo­gía y bio­lo­gía, aun­que su di­rec­tor, Wi­llem Pe­trus Pompe (1893-1968), es­ta­ba for­ma­do co­mo pe­na­lis­ta. El pe­so de la psi­co­lo­gía fe­no­me­no­ló­gi­ca que se de­sa­rro­lla­ba tam­bién en Utrech, se­ría no obs­tan­te de­ci­si­vo pa­ra la fi­lo­so­fía –tan exis­ten­cial– de es­tos in­ves­ti­ga­do­res, así co­mo pa­ra las in­ves­ti­ga­cio­nes con­cre­tas que rea­li­za­ron. No es­tá aún cla­ro si es que pue­den ser con­si­de­ra­dos una “es­cue­la”, y a dis­cer­nir sus ta­reas se de­di­can ac­tual­men­te al­gu­nos his­to­ria­do­res de la cri­mi­no­lo­gía. Pe­ro los te­mas de in­ves­ti­ga­ción que abor­da­ron es­tos cri­mi­nó­lo­gos, en­tre los que des­ta­ca­ba Ge­rrit Theo­door Kempe (1911-1979), re­fle­jan su co­mún preo­cu­pa­ción hu­ma­nis­ta y una pues­ta de aten­ción en lo que ha­ce el sis­te­ma pe­nal que, se­gún Zaffaroni en su Criminología. Aproximación desde un margen, los con­vier­te en pio­ne­ros de la cri­mi­no­lo­gía de la reac­ción so­cial. No es ca­sual que Pompe in­sis­tie­se en que el que es se­lec­cio­na­do por el sis­te­ma pe­nal no de­be­ría ser con­si­de­ra­do co­mo un “otro” ya que de he­cho “es uno de no­so­tros”: su pro­pues­ta de res­pues­ta a las fal­tas es una que per­mi­ta ex­piar­las y fa­vo­re­cer la re­con­ci­lia­ción.

No es ca­sual pues en ese contexto se formaban y co­men­za­ban a pu­bli­car au­to­res de la cri­mi­no­lo­gía crí­ti­ca co­mo Hermann Bianchi y el mismo Louk Hulsman, un joven estudioso entonces que pronto llegaría a ocupar su cátedra de derecho penal y a participar en la política del Ministerio de Justicia holandés. De esa inicial formación dogmática, aunque manteniendo el compromiso político por la tolerancia y contra el autoritarismo, Hulsman pasaría formar una cri­mi­no­lo­gía mar­ca­da por la fi­lo­so­fía exis­ten­cia­lis­ta, la fe­no­me­no­lo­gía y los mé­to­dos an­tro­po­ló­gi­cos, con rápidos avances sobre la so­cio­lo­gía de la des­via­ción es­ta­dou­ni­den­se.

Louk Hulsman es­ta­ría lla­ma­do a de­sem­pe­ñar un pa­pel fun­da­cio­nal en la cri­mi­no­lo­gía crí­ti­ca eu­ro­pea, y a cum­plir un ro­l pro­ta­gó­ni­co –a pe­sar de ser un in­di­vi­duo rea­cio a tal pro­ta­go­nis­mo– en la con­so­li­da­ción de un mar­co co­mún de re­fle­xio­nes que excede el del abo­li­cio­nis­mo que tam­bién de­fen­de­ría. Por aho­ra bas­ta des­ta­car que sus pro­pues­tas fue­ron, y son, dis­cu­ti­das en to­do el mun­do, so­bre to­do en aque­llas par­tes que ad­vier­ten los de­fec­tos de las con­cre­tas po­lí­ti­cas cri­mi­na­les. Concretamente, su intervención fundamental se dió el fo­ro pri­vi­le­gia­do que cons­ti­tu­ye en Eu­ro­pa el Com­mon Study Pro­gram­me on Cri­mi­nal Jus­ti­ce and Cri­ti­cal Cri­mi­no­logy, lu­gar en el que con­flui­rían las dis­tin­tas apro­xi­ma­cio­nes de los cen­tros de es­tu­dio ba­jo la di­rec­ción de Alessandro Baratta, Jock Young, Roberto Bergalli, Massimo Pavarini y luego muchos otros importantísimos estudiosos de la cuestión criminal.

Una de las po­si­cio­nes teó­ri­cas que se asu­mie­ron con sin­gu­lar fuer­za a par­tir de los años ochen­ta en ese gru­po de es­tu­dios, y en ge­ne­ral en otras ins­tan­cias, fue el abo­li­cio­nis­mo. Aun­que su nom­bre es to­ma­do de la lu­cha his­tó­ri­ca con­tra la es­cla­vi­tud, pri­me­ro, y con­tra la pe­na de muer­te, lue­go, en es­tos años y en el se­no de la cri­mi­no­lo­gía crí­ti­ca re­ci­bi­ría tal de­no­mi­na­ción la más ra­di­cal des­le­gi­ti­ma­ción del sis­te­ma car­ce­la­rio y de la pro­pia ló­gi­ca pu­ni­ti­va. Es­ta re­fle­xión an­ti-pu­ni­ti­va es­ta­ba muy re­la­cio­na­da con los re­cla­mos teó­ri­cos y prác­ti­cos de al­gu­nos cri­mi­nó­lo­gos como Louk Hulsman.

Las con­se­cuen­cias del en­fo­que del eti­que­ta­mien­to se­rían interpretadas de la mejor forma posible en la his­tó­ri­ca­men­te to­le­ran­te Ho­lan­da, y en la cabeza de un sabio como Louk. La to­le­ran­cia co­mo im­po­si­ción éti­ca es tam­bién un plan de con­duc­ta li­ga­do al au­to-cons­tre­ñi­mien­to y al ac­tuar prag­má­ti­co de rea­li­zar el pro­pio pla­cer sin mo­les­tar a los de­más. En es­te mar­co era fá­cil com­pren­der una po­lí­ti­ca cri­mi­nal de con­trol ba­sa­da más en el de­jar ha­cer que en la in­ter­ven­ción pu­ni­ti­va. Se afir­ma­ba allí, con el ar­se­nal de la teoría del eti­que­ta­mien­to pe­ro tam­bién con los pre­su­pues­tos lo­ca­les ya mencionados, que una po­lí­ti­ca cri­mi­nal po­co in­ter­ven­cio­nis­ta se­ría, al me­nos, so­cial­men­te me­nos da­ñi­na que la represión penal.

La ra­di­cal lu­cha por la se­pa­ra­ción en­tre de­re­cho y mo­ral, em­pren­di­da des­de las pri­me­ras crí­ti­cas al Es­ta­do mo­der­no y a la Iglesia intervencionista, tanto en el mundo de las ideas políticas como re­li­gio­sas (como muy acertada y documentadamente expone Paolo Prodi en Una historia de la justicia), lle­va­ba im­plí­ci­ta la ne­ce­sa­ria eli­mi­na­ción de los de­li­tos sin víc­ti­mas, co­mo los re­la­cio­na­dos con dro­gas, pros­ti­tu­ción, etc. Pe­ro tam­bién, y de allí la importancia de la recuperación del peso del “fuero interno”, alejado de la coerción estatal, la ne­ce­si­dad de re­cu­pe­rar cri­te­rios mo­ra­les no re­pre­si­vos. Es­to se­ría evi­den­te en to­das las po­lí­ti­cas cri­mi­na­les em­pren­di­das en el Es­ta­do be­ne­fac­tor ho­lan­dés, que ade­más de po­ner­se co­mo un es­pe­jo de lo que no de­be­ría ha­cer­se a los re­gí­me­nes to­ta­li­ta­rios, se en­con­tra­ría in­for­ma­do por di­ver­sos “ex­per­tos” for­ma­dos para par­ti­ci­par en po­lí­ti­ca im­ple­men­tando una po­lí­ti­ca cri­mi­nal to­le­ran­te.

Sin em­bar­go, al­gu­nos otros cri­mi­nó­lo­gos es­tu­vie­ron en con­tra de tal par­ti­ci­pa­ción en po­lí­ti­cas con­cre­tas, y tal vez en ellos se­ría más evi­den­te el in­ten­to de crear al­go nue­vo, ra­di­cal­men­te di­fe­ren­te a la im­po­si­ción que el Es­ta­do ha­cía so­bre la co­mu­ni­dad, in­clu­so al que­rer ha­cer el “bien”. Es­to se­ría no­ta­ble en Her­mann Bianchi quien, ins­cri­bién­do­se en la tra­di­ción ho­lan­de­sa men­cio­na­da, ha­bla­ba de la ne­ce­si­dad de lo­grar la in­ter­na­li­za­ción de con­cep­tos co­mo to­le­ran­cia, res­pe­to, jus­ti­cia, cul­pa, ver­güen­za, que son evi­den­te­men­te mo­ra­les y orien­ta­dos ha­cia el au­to-con­trol.

Her­mann Bianchi era, pa­ra prin­ci­pios de los años se­ten­ta, el di­rec­tor del Ins­ti­tu­to de Cri­mi­no­lo­gía de la Uni­ver­si­dad Li­bre de Ams­ter­dam. Ya pa­ra en­ton­ces se ha­bía sig­ni­fi­ca­do en el te­rre­no cri­mi­no­ló­gi­co con obras co­mo: No­so­tros y el de­li­to, de 1959, Éti­ca del cas­ti­go, de 1964, y En­sa­yos so­bre el or­den y la au­to­ri­dad, de 1967. Ta­les re­fle­xio­nes fi­lo­só­fi­cas eran to­tal­men­te com­pa­ti­bles con las teo­rías del eti­que­ta­mien­to, co­mo lo de­mos­tra­ría en Es­tig­ma­ti­za­ción, de 1971, y tam­bién con ideas mo­ra­les del abo­li­cio­nis­mo y ju­rí­di­cas del ga­ran­tis­mo. Pa­ra Bianchi lo re­pre­si­vo no re­suel­ve los con­flic­tos, pe­ro sin em­bar­go no aban­do­na una idea de jus­ti­cia, que se­ría ex­pre­sa­da más am­plia­men­te en su La jus­ti­cia co­mo san­tua­rio de 1985. Esa idea de jus­ti­cia tam­bién quie­re re­du­cir o eli­mi­nar las vio­len­cias, aque­llas que hoy se de­no­mi­nan de­li­tos. Con ba­se en ideas que to­ma­ba de di­fe­ren­tes re­li­gio­nes –oc­ci­den­ta­les e in­clu­so orien­ta­les– sos­te­nía un sis­te­ma de jus­ti­cia que pro­te­ja al es­tig­ma­ti­za­do, que le brin­de opor­tu­ni­da­des de sen­tir y mos­trar el re­mor­di­mien­to. Los prin­ci­pios de es­ta jus­ti­cia son los de la re­con­ci­lia­ción y la reim­po­si­ción de la paz, los que se acep­ta­rían lue­go en to­do el mo­vi­mien­to de la “jus­ti­cia res­tau­ra­ti­va”. Esos prin­ci­pios eran ex­pre­sa­dos, asi­mis­mo, en el li­bro que con­jun­ta­men­te con Re­né Van Swaaningen, otro amigo y discípulo de Bianchi como de Hulsman, edi­ta­ra en 1986: Abo­li­cio­nis­mo, ha­cia un en­fo­que no re­pre­si­vo del de­li­to.

Bianchi ha­bía si­do víc­ti­ma de pri­va­ción de su li­ber­tad du­ran­te la ocu­pa­ción na­zi de Ho­lan­da. Fue en­via­do con die­ci­nue­ve años al cam­po de con­cen­tra­ción de Amers­foort. Las pri­sio­nes, y es­to es en­ten­di­ble, le re­cor­da­ban a los cam­pos de con­cen­tra­ción. Sos­te­nía Bianchi que no bas­ta­ba con abo­lir las pri­sio­nes si­no que lo que de­be abo­lir­se es la pro­pia idea de “cas­ti­go”, pues “mien­tras se man­ten­ga in­tac­ta la idea de cas­ti­go co­mo una for­ma ra­zo­na­ble de reac­cio­nar fren­te al de­li­to no se pue­de es­pe­rar na­da bue­no de una me­ra re­for­ma del sis­te­ma. En re­su­men, ne­ce­si­ta­mos un nue­vo sis­te­ma al­ter­na­ti­vo de con­trol del de­li­to que no se ba­se en un mo­de­lo pu­ni­ti­vo si­no en otros prin­ci­pios le­ga­les y éti­cos de for­ma tal que la pri­sión u otro ti­po de re­pre­sión fí­si­ca de­ven­ga fun­da­men­tal­men­te in­ne­ce­sa­ria”.

Y aquí es donde resulta necesario detenernos, más que en la obra escrita, en el concepto más amplio de obra (casi de apostolado) de Louk Hulsman. En su proclama contra el poder penal radicaba la esencia de su alegato contra todo tipo de violencia y a favor de una sociedad más tolerante, no violenta, a la vez que justa. También Hulsman ha­bía su­fri­do en car­ne pro­pia los efec­tos de la ma­yor ex­pan­sión del sis­te­ma pu­ni­ti­vo: la lle­va­da a ca­bo por el ré­gi­men na­zi. En 1944 fue arres­ta­do con su fa­mi­lia por la po­li­cía co­la­bo­ra­cio­nis­ta holandesa y en­via­do a un campo de concentración en tren, del que pu­do es­ca­par (gracias a una herramienta indudablemente “abolicionista” como fueron sus ágiles piernas, según confesara a Pedro David en entrevista personal –a su vez comentada en el libro homenaje al cumplir sus 80 años-) pa­ra par­ti­ci­par lue­go de la re­sis­ten­cia. Es re­ve­la­dor que es­te ele­men­to de resistencia al totalitarismo nazi-fascista (o sus sucedáneos en los ámbitos ibero-americanos) se re­pi­ta en la vi­da de va­rios de los abo­li­cio­nis­tas y pa­ci­fis­tas que in­sis­ten so­bre los al­can­ces de la me­dia­ción y el res­ta­ble­ci­mien­to de la paz. El mejor ejemplo que se me ocurre es el del pro­pio Jo­hann Galtung. Digo ello al tener en cuenta que los me­jo­res re­pre­sen­tan­tes de teo­rías jus­ti­fi­ca­cio­nis­tas de los castigos penales y de la dfogmática del delito, de su ge­ne­ra­ción o la anterior, ha­bían es­ta­do del otro la­do de las re­jas en los cam­pos de con­cen­tra­ción.

En efec­to, y de igual for­ma que Bianchi, Louk Hulsman rea­fir­ma­ba a los va­lo­res mo­ra­les co­mo me­jor lí­mi­te pa­ra las vio­len­cias, en­tre las que his­tó­ri­ca­men­te in­cluía a las rea­li­za­das por las bu­ro­cra­cias crea­das al­re­de­dor de los sis­te­mas de jus­ti­cia cri­mi­nal –que han si­do ma­yo­res en la his­to­ria que las así denominadas “delito”–. Su pro­pues­ta de “de­cons­truir la de­fi­ni­ción de de­li­to” iba na­tu­ral­men­te uni­da a un de­seo de re­so­lu­ción de “pro­ble­mas so­cia­les”. En es­te sen­ti­do es po­si­ble des­le­gi­ti­mar por fal­sa aque­lla im­pu­ta­ción he­cha a los abo­li­cio­nis­tas en ge­ne­ral, y a Louk Hulsman en par­ti­cu­lar, por plan­tear “uto­pías” y ol­vi­dar a los que real­men­te su­fren, u ol­vi­dar la rea­li­dad de los “de­li­tos”. Es­te au­tor es­ta­ba muy aten­to al su­fri­mien­to de sus se­me­jan­tes –que pa­ra él re­sul­tan ser to­dos los se­res hu­ma­nos–. Y en ba­se a ello creía que abo­lir el sis­te­ma pe­nal se­ría só­lo un pa­so pa­ra evi­tar ese su­fri­mien­to de mu­chos in­di­vi­duos: pa­so que per­mi­ti­ría un acer­ca­mien­to a la rea­li­dad so­cial sin uto­pías ne­ga­do­ras, que era lo que con­si­de­ra­ba que eran las jus­ti­fi­ca­cio­nes de un sis­te­ma pe­nal supuesta pero imposiblemente li­be­ral y hu­ma­nis­ta. Pa­ra Hulsman esas uto­pías ne­ga­do­ras eran una con­tra­dic­ción en los tér­mi­nos.

Pa­ra el pro­fe­sor ho­lan­dés, el de­li­to no tie­ne rea­li­dad on­to­ló­gi­ca, es só­lo el pro­duc­to de la po­lí­ti­ca cri­mi­nal que tam­bién cons­tru­ye de es­ta for­ma la rea­li­dad so­cial. “Los pro­ble­mas son rea­les, pe­ro el de­li­to es un mi­to” di­ría tam­bién Heinz Steinert. Un “mi­to” que tie­ne con­se­cuen­cias rea­les, cua­les son las de crear nue­vos y más gra­ves pro­ble­mas.

Con la propuesta de eli­mi­na­ción de la ca­li­fi­ca­ción co­mún de “de­li­to” pa­ra si­tua­cio­nes tan di­ver­sas, Hulsman que­ría in­di­car que si la co­mu­ni­dad se apro­xi­ma a los even­tos cri­mi­na­li­za­dos y los tra­ta co­mo pro­ble­mas so­cia­les, ello per­mi­te am­pliar el aba­ni­co de po­si­bles res­pues­tas, no li­mi­tán­do­se a la res­pues­ta pu­ni­ti­va que en la his­to­ria no só­lo no ha re­suel­to na­da si­no que ha crea­do más pro­ble­mas. El pro­pio sis­te­ma pe­nal se ha con­ver­ti­do en la ac­tua­li­dad en uno de esos gra­ves y vio­len­tos pro­ble­mas a los que debemos atender pues son creadores de violencia e injusticia.

Aten­der a ta­les pro­ble­mas, según Hulsman, re­quie­re de un nue­vo y me­jor vo­ca­bu­la­rio. Ob­je­to del abo­li­cio­nis­mo es no só­lo el des­mon­tar el efec­ti­vo y letal fun­cio­na­mien­to del sis­te­ma pe­nal, si­no tam­bién el de aque­llas pa­la­bras que ha crea­do pa­ra con­fun­dir y ne­gar rea­li­da­des. Se pro­po­ne, en cam­bio, re­cu­pe­rar otras pa­la­bras, co­mo “san­tua­rio”, “re­pa­ra­ción”, “con­flic­to”, y “si­tua­ción pro­ble­má­ti­ca”, con el ob­je­ti­vo de di­se­ñar nue­vas “al­ter­na­ti­vas”. Louk Hulsman acla­ra­ba que esas po­si­bles “al­ter­na­ti­vas al sis­te­ma pe­nal son en pri­mer lu­gar al­ter­na­ti­vas a la for­ma en que el sis­te­ma pe­nal de­fi­ne los he­chos”.

Es­te au­tor ha­cía un es­pe­cial hin­ca­pié en la cues­tión de las de­fi­ni­cio­nes. No uti­li­zaba la ex­pre­sión de “de­li­to” si­no la de “si­tua­ción pro­ble­má­ti­ca”. No de­be­ría ser ne­ce­sa­rio tam­po­co ha­blar de “cri­mi­no­lo­gía”. So­bre es­ta cues­tión se de­tu­vo en una con­fe­ren­cia de 1986 pu­bli­ca­da co­mo “La cri­mi­no­lo­gía crí­ti­ca y el con­cep­to de de­li­to”. Allí vol­vió a re­mar­car que uno de los pro­ble­mas del sis­te­ma pe­nal es la des­con­tex­tua­li­za­ción de las si­tua­cio­nes pro­ble­má­ti­cas y su re­cons­truc­ción en un con­tex­to aje­no a las víc­ti­mas, los vic­ti­ma­rios y otros in­di­vi­duos. El sis­te­ma pe­nal crea in­di­vi­dua­li­da­des irrea­les y una in­te­rac­ción fic­ti­cia en­tre ellos y de­fi­ne a las si­tua­cio­nes de pro­ble­ma o con­flic­to de acuer­do con las re­gla­men­ta­cio­nes y ne­ce­si­da­des or­ga­ni­za­ti­vas del sis­te­ma pe­nal y sus agen­cias bu­ro­crá­ti­cas. Las par­tes in­vo­lu­cra­das en el pro­ble­ma no pue­den in­fluir en su re­so­lu­ción o con­ti­nua­ción, una vez que se lo de­fi­ne co­mo “de­li­to” y de él se ha­cen car­go los “ex­per­tos” del sis­te­ma pe­nal. El re­sul­ta­do de ello, ade­más de no sa­tis­fa­cer a nin­gu­na de las par­tes in­vo­lu­cra­das en el pro­ble­ma, ge­ne­ra nue­vos pro­ble­mas, co­mo la es­tig­ma­ti­za­ción, la mar­gi­na­ción so­cial, etcétera.

El amigo recientemente fallecido propuso, en­ton­ces, una más com­pren­si­va vi­sión anas­có­pi­ca, o “des­de aba­jo”, de la vi­da so­cial, en con­tra de la vi­sión ca­tas­có­pi­ca, que rea­li­za “des­de arri­ba” la ma­qui­na­ria es­ta­tal que no se sien­te par­te de los pro­ble­mas, si­no só­lo una so­lu­ción (que además, como se puede constatar sociológicamente, no es tal solución, y es la peor salida). Se de­be­, de acuerdo a las propuesta de Hulsman, in­ten­tar com­pren­der la rea­li­dad so­cial des­de el pun­to de vis­ta de los in­di­vi­duos y no de acuer­do con las de­fi­ni­cio­nes de la rea­li­dad y el mar­co con­cep­tual bu­ro­crá­ti­co que asu­me el sis­te­ma pe­nal.

Louk Hulsman fue, qui­zás, el pen­sa­dor más co­he­ren­te con los pos­tu­la­dos de la teo­ría del eti­que­ta­mien­to y en con­cre­to con la for­mu­la­ción de la “reac­ción so­cial”. És­ta de­fi­nió a un ob­je­to de es­tu­dio co­mo al­go dis­tin­to del de­fi­ni­do por la cri­mi­no­lo­gía tra­di­cio­nal. El ob­je­to de la cri­mi­no­lo­gía crí­ti­ca, por lo tan­to y para el abolicionismo de Hulsman, no es el de los con­flic­tos, tam­po­co el de los lla­ma­dos “de­li­tos”, y mu­cho me­nos el de ave­ri­guar sus “cau­sas”. La crí­ti­ca, en el mo­men­to ac­tual, se de­be de­di­car a es­tu­diar el sis­te­ma pe­nal, o sea, las res­pues­tas ins­ti­tu­cio­na­les pe­na­les que el Es­ta­do ofre­ce a las si­tua­cio­nes pro­ble­má­ti­cas y que no ha­cen si­no es­con­der sus di­fe­ren­tes na­tu­ra­le­zas y em­peo­rar­las.

Esa ta­rea de­be ser de des­crip­ción y de­nun­cia lo que, ló­gi­ca­men­te, lle­va im­plí­ci­ta una mo­da­li­dad di­fe­ren­te, y me­jor, de en­ca­rar los pro­ble­mas so­cia­les más di­ver­sos. Ello se ad­vier­te en un ca­pí­tu­lo de su li­bro-en­tre­vis­ta más ex­ten­so, la rea­li­za­da por Jac­que­li­ne Ber­nat de Ce­lis y pu­bli­ca­da en 1982 co­mo Pe­nas per­di­das (Peines perdues, en su original en francés y en cas­te­lla­no, con una excelente traducción, excepto por el título, de Sergio Politoff, co­mo Sis­te­ma pe­nal y se­gu­ri­dad ciu­da­da­na). En ese ca­pí­tu­lo ha­ce Hulsman men­ción a las so­lu­cio­nes po­si­bles en el ca­so del pi­so com­par­ti­do por cin­co es­tu­dian­tes, y fren­te a un de­ter­mi­na­do pro­ble­ma que se pro­du­ce cuan­do uno de ellos rom­pe el te­le­vi­sor co­mún en un ac­to al pa­re­cer in­jus­ti­fi­ca­ble –y que los pe­na­lis­tas no du­da­rían en ca­li­fi­car ba­jo el ti­po de “da­ño”–. En ca­da reac­ción de sus com­pa­ñe­ros de piso, Hulsman ejem­pli­fi­ca­ba la for­ma de ac­tuar del mo­de­lo pu­ni­ti­vo en la reac­ción de cas­ti­gar al quin­to com­pa­ñe­ro con la ex­pul­sión de la ca­sa; la del mo­de­lo te­ra­péu­ti­co, en la de lla­mar a un es­pe­cia­lis­ta pa­ra que lo tra­te por “su” pro­ble­ma de per­so­na­li­dad evi­den­cia­do en el he­cho y evi­te nue­vos ac­ce­sos de fu­ria “irra­cio­nal”; la de del mo­de­lo re­pa­ra­dor, en la de re­que­rir que el res­pon­sa­ble ad­quie­ra lo más rá­pi­da­men­te po­si­ble otro apa­ra­to de te­le­vi­sión; y la del mo­de­lo con­ci­lia­dor, en la de apro­ve­char esa si­tua­ción pro­ble­má­ti­ca pa­ra que la pe­que­ña so­cie­dad de­ba­ta en con­jun­to los pro­ble­mas ge­ne­ra­les que pue­den ha­ber lle­va­do a aqué­lla.

Lo im­por­tan­te del ejem­plo ra­di­ca­ba en que, li­bra­dos de la obli­ga­ción de re­fe­ren­cias y so­lu­cio­nes que ha­ce la ley, dis­tin­tas per­so­nas de­fi­nen a los pro­ble­mas en for­ma di­fe­ren­te y plan­tean di­ver­sas so­lu­cio­nes. Más allá de ello, parece claro que esa misma amplitud de miras lleva a Hulsman a in­cli­nar­se por la úl­ti­ma so­lu­ción, ha­cien­do una va­lien­te apues­ta por la in­di­fe­ren­cia­ción de las fuer­tes fron­te­ras tra­za­das en­tre los se­res hu­ma­nos, en­tre el “yo” y el “otro” o, peor, en­tre “ami­gos” y “ene­mi­gos”. Al cri­ti­car se­ve­ra­men­te a la pri­me­ra op­ción, de­mos­tra­ba cla­ra­men­te la in­co­rrec­ción y au­men­to gra­tui­to de la vio­len­cia del mo­de­lo pu­ni­ti­vo, que es lo esen­cial pa­ra el dis­cur­so abo­li­cio­nis­ta, aun­que tam­bién se­ña­la los pe­li­gros y vio­len­cias que com­por­ta el mo­de­lo te­ra­péu­ti­co. Tam­po­co se mos­tra­ba par­ti­da­rio de aquel mo­de­lo que, en cam­bio, adop­ta­rían los otros abo­li­cio­nis­tas así como aquellos que seguimos sus enseñanzas, el de la res­tau­ra­ción. La so­lu­ción por la que se in­cli­na re­fuer­za for­mas so­cia­les co­mu­ni­ta­rias y re­fle­ja una cla­ra op­ción po­lí­ti­ca –y no só­lo re­li­gio­sa–.

Es­te mo­de­lo po­lí­ti­co ho­ri­zon­tal y so­li­da­rio se­ría asu­mi­do por Louk Hulsman no só­lo co­mo un pro­yec­to ha­cia el fu­tu­ro, co­mo un “to­pos” a rea­li­zar, si­no in­clu­so co­mo un mo­de­lo de ac­ción pa­ra la prác­ti­ca co­ti­dia­na, que él es el pri­me­ro en lle­var a la prác­ti­ca en sus re­la­cio­nes con los otros, con nosotros, con todos que eramos para él sus amigos, y que incluye a la humanidad toda. El ar­tí­cu­lo y el li­bro al que ha­cía re­fe­ren­cia, así co­mo otros me­dian­te los cua­les se ha di­vul­ga­do su pen­sa­mien­to, no son si­no la co­pia de ex­po­si­cio­nes ora­les. Es­tas ex­po­si­cio­nes, y las va­rias en­tre­vis­tas con­ce­di­das han per­mi­ti­do que se le­ye­se una re­fle­xión que no pre­ten­de ser dog­má­ti­ca ni su­je­ta a re­glas pre­de­ter­mi­na­das. El pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad de Rot­ter­dam, co­mo buen in­te­rac­cio­nis­ta, creía que la me­jor co­mu­ni­ca­ción, la más ho­ri­zon­tal y li­bre de des­víos so­bre lo que real­men­te se pien­sa, es la que se ha­ce “ca­ra a ca­ra”, la que per­mi­te cam­biar im­pre­sio­nes y mo­di­fi­car el pen­sa­mien­to, ha­cer­lo co­lec­ti­vo. Por ello no pu­bli­ca­ría li­bros tradicionales ni rea­li­za­ría otras for­mas de pro­du­cir un pen­sa­mien­to or­to­do­xo. Tam­po­co fa­vo­re­ció que esa re­fle­xión que­da­se en el mar­co “ce­rra­do” de la cri­mi­no­lo­gía o del de­re­cho pe­nal. In­clu­so in­ten­tó ex­pre­sa­men­te de­cons­truir un len­gua­je pro­pio –y ale­ja­do de los “otros”– de ju­ris­tas, teó­ri­cos o prác­ti­cos.

En fun­ción de ello se ha cri­ti­ca­do en mu­chas oca­sio­nes que Hulsman des­cui­da­ra aque­llas fun­cio­nes que el de­re­cho pe­nal po­día te­ner pa­ra re­du­cir las vio­len­cias. In­clu­so se le acha­có un des­co­no­ci­mien­to del pen­sa­mien­to ju­rí­di­co. Hulsman en nin­gún mo­men­to se opu­so a las ga­ran­tías, e in­clu­so las de­fen­día, así como defendía toda posibilidad de utilizar los recursos de accesibilidad de la justicia para mejorar la vida de los individuos y reducir las violencias (y para ello basta releer su participación, la última brindada en Buenos Aires en 2008, en el Congreso de la Defensoría General de la Nación). Pero es cierto que re­cha­zaba ese dis­cur­so pa­ra ex­per­tos cons­trui­do en el ám­bi­to del de­re­cho y que in­clu­so cri­ti­caba ex­pre­sa­men­te al edi­fi­cio le­gi­ti­ma­dor con pa­la­bras del sis­te­ma pu­ni­ti­vo, que siem­pre ha si­do la Uni­ver­si­dad –aun­que re­co­no­ció alguna vez que la cons­truc­ción de pa­la­bras es ne­ce­sa­ria pa­ra cam­biar el es­ta­do de co­sas–. El pro­fe­sor de de­re­cho penal Hulsman aban­do­naba ese sa­ber pa­ra cons­truir al­ter­na­ti­vas. Su pen­sa­mien­to se cons­tru­yó con pre­su­pues­tos teo­ló­gi­cos, co­mo el re­cha­zo al cas­ti­go, an­tro­po­ló­gi­cos, co­mo la hu­ma­na re­so­lu­ción del con­flic­to, y so­cio­ló­gi­cos, co­mo la crí­ti­ca al sis­te­ma pe­nal. Pe­ro tam­bién con un op­ti­mis­mo po­lí­ti­co que se ba­saba en esos pre­su­pues­tos, pero sobre todo en su con­tac­to con hom­bres y mu­je­res de car­ne y hue­so.

En to­do ca­so, el op­ti­mis­mo que re­fle­ja­ba es­te au­tor en cuan­to a la con­se­cu­ción de un mun­do me­jor –una uto­pía que pue­de ser rea­li­za­da pues “se pre­sen­ta co­mo una ne­ce­si­dad ló­gi­ca y co­mo una ac­ti­tud rea­lis­ta, co­mo una exi­gen­cia de la equi­dad”– tie­ne que ver con nue­vas for­mas teó­ri­cas de en­ca­rar los pro­ble­mas, pe­ro tam­bién con nue­vas for­mas prác­ti­cas. La au­sen­cia del Es­ta­do y de sus in­ter­ven­cio­nes, in­clu­so la de la ley, se­rá cu­bier­ta más sa­tis­fac­to­ria­men­te por for­mas co­mu­ni­ta­rias, au­tó­no­mas y pa­cí­fi­cas de ma­ne­jar los con­flic­tos. Su mo­de­lo, co­mo el de un más joven y optimista Nils Christie, es el de pe­que­ñas co­mu­ni­da­des en las que la gen­te se con­tro­la in­for­mal­men­te y par­ti­ci­pa de la re­so­lu­ción de sus pro­ble­mas. En es­te di­se­ño tam­bién es­tá pre­sen­te la crí­ti­ca con­tra la bu­ro­cra­cia y la es­ta­ta­li­za­ción si­len­cio­sa de los con­flic­tos.

Tal vez el momento más importante del abolicionismo en la po­lí­ti­ca cri­mi­nal mundial sucedió en 1983, en el no­ve­no Con­gre­so Mun­dial de Cri­mi­no­lo­gía de­sa­rro­lla­do en Vie­na. A pe­sar de su su­pues­ta de­bi­li­dad teó­ri­ca, to­dos los cri­mi­nó­lo­gos mun­dia­les se vie­ron obli­ga­dos en­ton­ces a acep­tar o con­fron­tar las ideas sen­ci­llas de pen­sa­do­res como Louk, que tie­nen más de agi­ta­do­res cul­tu­ra­les des­de pa­rá­me­tros mo­ra­les, que de téc­ni­cos.

No dejo de advertir que al escribir estas líneas se me escapa un uso del tiempo presente que ya no podrá ser. Y es realmente una lástima porque será una dificultad insalvable, la ausencia de Louk, para continuar el diálogo constructivo de la imaginación colectiva, que incluye la posición del otro. Todos los que le conocimos y coincidimos con él podemos, no obstante, enumerar las anécdotas memorables que su presencia siempre posibilitaba (un viaje en taxi, una discusión con el empleado que se llevó el coche mal estacionado, unas cervezas en el café Tortoni, conversaciones imposibles con interlocutores variopintos). Todo ello nos queda para iniciar diálogos y recordarlo juntos con una sonrisa.


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