Eduardo Balestena es, realmente, una persona molesta. Balestena podría llegar todos los días a media mañana al tribunal, colgar su saco en el perchero, pedir café con facturas, numerar fojas, firmar unas cuantas fórmulas en forma de planchas reiteradas al infinito, estampar algunos sellos, ponerse nuevamente el saco y salir a almorzar hasta la hora de la siesta, volver y comentar intimidades tribunalicias, volver a su casa, mirar televisión y dormir. No sé por qué Balestena quiere preguntarse por lo que hace y para qué lo hace, cuando otros ya lo pensaron y respondieron, de un modo que nadie puede permitirse el lujo de poner en duda las respuestas contundentes y de las que nadie se atreve a discutir, al menos en los pocos segundos que, en las conversaciones de juzgado, no se dedican al fútbol o a algunas anatomías televisadas. A Balestena le bastaría extender la mano hasta el anaquel más próximo para tomar cualquier manual que le explique para qué sirve lo que hace, responda con lujo de citas en todos los idiomas, la mayoría de muertos, lo que siempre les otorga mayor seriedad. Si eso no le satisficiera por completo, cuando vuela a su casa podrá verificar por televisión cualquiera de esas respuestas, sin citas y con lenguaje más impreciso, reiterada por algún formador de opinión –que sin estar muerto pone cara de estarlo- que ignora a quién pertenece y que cree que la acaba de inventar. Si algo no le queda claro, será por defecto de comprensión del propio Balestena, quien, además, vive en Mar del Plata, que es por definición la “ciudad feliz” y, por ende, tampoco se comprende por qué se preocupa por la injusticia social. Si los presos en Estados Unidos son negros y latinos, o si en
Balestena parece que no comprende nada de esto, y no conforme con ello, trata de difundir sus dudas, haciendo que los demás duden. Para ello se vale de filmes, novelas y cuentos, producidos por unos cuantos artistas desequilibrados que desde hace más de un siglo se sabe que son genios degenerados extremadamente peligrosos para hacer un libro de criminología y política criminal, si es que ambos campos pueden separarse, lo que no es muy sencillo, dadas las superposiciones a veces casi totales, en una visión crítica, que desnuda la realidad del poder punitivo. Además, todo eso lo hace con un claro sentido didáctico, muy apropiado a los tiempos que corren. Se trata de una obra criminológica pero que se distingue de las corrientes por el modo en que impacta en el lector y por la vía que elige para hacerlo. Tal vez en este sentido sea casi única en su género. Por supuesto que esta característica desconcertará a quienes definen una obra por el orden clásico de su índice; en este caso tendrán que tomarse la molestia de leerla para saber de qué se trata. Casi incurro en algo que ningún prologuista debe hacer, que es poco menos que contar el final.
Todo este empeño no hará más que distraer a los estudiantes, que son futuros funcionarios, de sus tareas específicas, con el riesgoso dispendio de energía psíquica que, en lugar de aplicar para establecer con precisión qué sello debe elegir, la dedicarán a la inútil tarea de saber para qué lo hacen, lo que es completamente innecesario, dado que “siempre se hizo así” y nadie tuvo problemas.
Realmente, Balestena es una persona no sólo molesta, sino también peligrosa, porque pretende hacer reflexionar a los otros, lo que es extremadamente disolvente, al punto que, si nadie ni nada me hubiese hecho reflexionar un poco, los párrafos precedentes los hubiese escrito (o por lo menos pensado) en serio, porque para ello me habían entrenado.
Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni
Del prólogo a "La fábrica penal" de Eduardo Balestena, Editorial B d F, Buenos Aires, 2006.
http://www.iuspenalismo.com.ar/doctrina/libroBalestena.pdf